Alfonso Del Olmo. Con la tecnología de Blogger.

domingo, 22 de abril de 2018

Recuerdos borrosos del día de ayer.


Me dolía todo cuando me desperté sin saber donde estaba. Dos hombres trajeados y con gafas de sol, fuertes, como si fueran los guardaespaldas del presidente de los Estados Unidos, estaban esperando a que me levantase para esposarme y llevarme con ellos. Estaba tirado en aquel extraño suelo. Eran baldosas blanditas de círculos azules y rojos. Eran gominolas. Cogí una de estas baldosas entera, me quedé con el circulo interior, el pequeño, el azul, para comérmelo ofreciendo el rojo a los dos hombres al levantarme. Ellos aceptaron, dándome las gracias, y muy contentos de mi ofrecimiento. La verdad es que se portaron muy bien conmigo, muy amables.

Me dolía mucho la cabeza, y el cuerpo en general. Empezaba a recordar cosas del día anterior mientras ellos me llevaban. Recuerdo haberme peleado con mis padres, estando en mi casa de Barcelona, porque yo quería llamar a un fontanero para que arregle las tuberías, y más gente para que siguiera arreglando muchas cosas que estaban rotas de aquella gran casa, casi mansión. Mis padres no querían, mi padre lo había intentado y es que lo mejor era alguien que supiera para arreglarlo todo...

Recuerdo estar en varias fiestas de Barcelona, muy agobiado porque me perseguían, y quería esconderme. No sé por qué me perseguían pero aquellos eran mucho más agresivos que los que me estaban llevando en aquel momento, y por eso huía. En una de estas fiestas entré como en una habitación. Estaba vacía y era como de hotel. Una gran cama en la que quería acostarme y descansar, dormir y olvidar aquella pesadilla, pero la naturaleza me pedía ir a mear. Para ir al baño, de la habitación, me asombró la cantidad de puertas que había. Me tranquilizó estar en silencio y solo. Sin embargo, había una otra puerta contraría a la de la habitación que deduje que daba al salón donde se producía la fiesta. Entró alguien de los que me estaban buscando, que sabía que yo estaba allí, pero yo ya había desaparecido del lugar.

Las calles de noche de Barcelona en aquella parte estaban vacías y silenciosas. Pasaba algún grupo de personas inofensivas pero ruidosas de vez en cuando, pero nada más. Me metí en una calle muy extraña, y que nunca me había atrevido a entrar antes. Supongo que lo hice en esta ocasión porque era estrecha y donde era fácil esconderse, a pesar de que la calle en sí diera más miedo que de costumbre. No era nada tenebrosa en verdad, sólo que los edificios eran muy retorcidos y muy raros, de colorines, muy estilo Gaudí. Tenían macetas, muchas plantas y unas escaleras de caracol que parecían muy mal hechas, como el resto de los edificios muy retorcidas. Había oído hablar mucho de esta calle y estas escaleras, pero nunca las había visto. No sabía a donde bajaban esas escaleras, me iba asomando a unas cuantas y no se veía el fondo. Quise bajar por una, por curiosidad, pero me dio cosa no sólo por el miedo de no saber a dónde iban sino también porque eran parte de las casas particulares. Aunque allí parecía no vivir nadie.


Tras un rato paseándome tranquilo, sin correr porque alguien me perseguía, y pensando en lo bonita que es esta ciudad, llegué a la playa. El mar estaba muy agresivo y violento. Lo siguiente que recuerdo es estar metido en el mar. El agua, las olas, me golpeaban con mucha violencia, por la espalda y no podía salir de allí. Me agobié mucho, tenía mucho miedo. Recuerdo ver una mujer delante mía, me era muy familiar, me parecía una amiga y que la había visto más veces, pero no sabía quién era. Muy guapa ella, me dijo con una voz muy dulce y tranquila, que no pasaba nada, que todo iba a salir bien. Que es un mal rato y pronto pasará.

Se acercaba el final del trayecto que los dos hombres estaban haciendo para entregarme. Estar atrapado en el mar violento es lo último que recuerdo del día de ayer. Supongo que sería el mar el que me trajo hasta aquí y me dejó sobre las gominolas, inconsciente. Llegamos a una especie de castillo muy rectangular y de cristalinos de colores, muy bonito. Había un hombre de espaldas, de negro también y un sombrero. Este hombre me parecía familiar, mi cabeza creía saber quién era, creía que era alguien que yo conocía. Los hombres que amablemente me habían acompañado hasta aquí, o mejor dicho, me habían raptado, se dirigieron al hombre del traje: "Lo hemos cogido, y te lo hemos traído señor". Seguro que el hombre sonrió antes de darse la vuelta, al igual que yo.