Alfonso Del Olmo. Con la tecnología de Blogger.

lunes, 10 de diciembre de 2018

[Cuento] Como un día casi normal.

Salíamos de la uni, cansados como siempre de la pila de horas tragando información, dispuestos a irnos a casa para digerir y asimilarla. El Campus del Basse Riviere, solitario como siempre, era peculiar a su manera por el hecho de que a pocos metros se encontraba un gran barranco por donde pasaba un pequeño río. Harto de escuchar a mi padre decir, con toda la razón del mundo, que los barrancos así se producen de la erosión de cientos de años del paso del agua. La cuál es una información que ya tenía asimilada y aprendida y que nunca llegaría a olvidar. Cerca de este barranco había pequeños edificios, como casetas pero más grandes y como más modernos y grandes, y aunque me daba miedo acercarme mucho a estas casetas y al barranco, muchas veces encontrábamos allí viejos balones que, sin importarnos cómo ni por qué estaban allí, los cogíamos para jugar un rato antes de separarnos y despedirnos para irnos a casa. Ésta vez vi dos, aunque de igual diseño, tenían diferente tamaño. Uno pequeño, que parecía evidente que era de fútbol, y uno más grande, como las grandes pelotas de goma que teníamos en el cole, pero con el aspecto del típico balón de fútbol de la liga que es diferente todos los años.


Fui derecho sin demora a cogerlo mientras pensaba lo mucho que le gustaría a las chicas del grupo jugar con balón como éste. Pensamiento que se reforzaba cuando toqué aquel balón. Fue una sensación impresionante. Tenía un pacto tan estupendo y era tan perfecta que producía una sensación muy indescriptible. Me disponía a pasárselo a los demás, cuando un infortunio movimiento del extraño balón hizo que quedara al borde del precipicio. Tras unos intrigantes segundos de silencio en el que todos nos paramos y contuvimos la respiración, el balón cayó por el precipicio como todos nos habíamos imaginado y se perdió en el fondo del abismo. "Bueno, qué se le va a hacer. Otro día será", pensamos todos al mismo tiempo con la seguridad de que encontremos un balón parecido en cualquier otro momento en esta zona, grande o pequeño, siempre había allí por las razones que fueran...
En el momento de nuestra marcha para casa, aparcó un misterioso coche delante nuestro y se bajaron dos hombres de traje negro, camisa blanca y corbata nuevamente negra. Amablemente nos acusaron de haber destruido un importante artefacto del gobierno cuya función era la de ayudaba a estudiar y a mantener al medio ambiente en buenas condiciones recopilando la información del medio de alguna forma que se me escapaba de las manos, ya que aún no dimos en la escuela de ingeniería la asignatura de "artefactos secretos". Algo así me explicaron aunque me perdí por el camino.

Se me empezó a poner muy mal cuerpo en esos instantes. A todos nos invadió un pensamiento como de "no puede ser verdad". Yo a pesar del mal cuerpo, que me encontraba mal y cada vez peor, creí que mi deber en ese momento era hablar amablemente y con tranquilidad con uno de aquellos hombres para explicarle lo ocurrido y la verdad, sin necesidad de decir ninguna mentira y eso hice.  Él se mostró compresivo y dispuesto totalmente a escucharme. Lo primero que le dije fue que había sido yo, la idea fue mía, yo cogí el balón y yo lo tiré, y que no le iba a mentir. Le expliqué que éramos estudiantes de la universidad que se ubica en éste campus, y que como de costumbre buscábamos algún balón por allí, nada lejos de lo común, y cogimos el suyo con la mala fortuna de que se cayó al fondo del barranco y tomó contacto con la fría agua que pasaba por allí desde hacía miles de años.

Tras hablar discutir pacíficamente un rato con el hombre, intentando explicarle aún más razonadamente los hechos, y que nosotros no sabíamos lo que era ni teníamos intención de destruir aquel artefacto ni nada, me empecé a sentir tan mal que tuve que pedirle disculpas para salir corriendo a vomitar. El trayecto de vuelta a la uni se me hizo largo y a la vez corto ya que sin darme cuenta ya estaba en el váter vomitando sangre.

Salí del baño intentando aparentar que no había pasado nada, intenté retomar la conversación con el señor pero me dijo que ya se había solucionado. Le comuniqué en privado, que me encontraba fatal, que había vomitado sangre, y que antes de tocar el balón estaba perfectamente. El señor, con mucho disimulo y con cierto nerviosismo, me dijo que vaya a un tal médico específico. A continuación y me dio un código secreto. Me lo repitió 3 veces, y no llegué a copiarlo entero. Nervioso le dije que me ayudara, pero respondió que ya había hecho demasiado, que él no podía hacer lo que estaba haciendo y tal. El código empezaba por 583 y le seguía una serie de caracteres, que nunca llegué a tener...

Cuando llegué a mi casa intenté asimilar todo lo ocurrido. Había sido un día muy raro y no paraba de pensar en lo que me dijo el hombre sobre el médico y la ayuda que parecía que necesitara. El haber vomitado sangre y el encontrarme fatal... No me lo quitaba de la cabeza, a pesar de que en ese momento no me sentía mal, cansado quizá por el largo día de clases y de estudios de antes de que pasara todo.

Un fuerte dolor en el pecho me interrumpió el sueño en mitad de la fría noche. Me asusté mucho porque no podía moverme ni hablar, tan sólo mover los ojos, pensar, respirar y sentir ese horrible dolor en el pecho... Entonces cerré los ojos...

Cuando los abrí era de día. Estaba en mi casa, la de verdad. Mis porters heavys de Iron Maiden, Helloween y Avalanch, el de Iker Casillas levantando la Copa del Mundo en sudáfrica. Mi cabezón de lego lleno de cosas, mis coches de la guardia civil, y alguno de los Mossos catalanes. Mi corcho lleno de entradas de conciertos y mis diplomas de las Olimpiadas de Matemáticas de mi época del instituto. No estaba en el Basse Riviere donde estudiaba, estaba en mi casa, me sentía muy  bien y contento. De hecho, era verano, estaba en vacaciones y no tenía que estudiar. Entonces... lo de la pelota, los hombres de negro... era un sueño?

...O no...?