Alfonso Del Olmo. Con la tecnología de Blogger.

jueves, 24 de septiembre de 2020

La ciudad del Cielo Negro

    El joven Antonio celebraba el día de su graduación. A pocas horas del comienzo de la ceremonia, pasa una última vez antes de volver bien vestido para la ocasión por su escuela, nervioso y pensando en todos los malos momentos, también los buenos, que dejaba atrás al finalizar aquella noche una de las etapas más bonitas de su vida. Junto a todos sus compañeros, tenían reservado toda la noche el restaurante de moda, a dónde acudirían después de la ceremonia formal para celebrar que estaban viviendo un sueño.

    Sin embargo no todo podía salir bien. Antonio de un momento a otro se trasladó de repente a otra ciudad. Perfectamente trajeado, comprendió el problema que le rodeaba. No era la primera vez que le pasaba algo así, pues nació con una enfermedad que hace que se teletransporte sin aviso previo y sin saber a dónde. Resultaba estar a unos pocos cientos de km. Sus amigos fueron avisados y acudieron rápidamente con un sencillo artefacto conectado a una pulsera que llevaba Antonio para éstas ocasiones, pero tenían que volver con los medios que se encontrarán allí. 

    La graduación quedó en un segundo plano, y aunque al menos estaban juntos, estaban perdidos en una ciudad de cielo negro, casi desierta y con mucho frío. El grupo de amigos perfectamente vestidos para la ocasión, se pusieron a andar buscando una solución y muy a su pesar encontraron más problemas que soluciones.

    Elena, José Luís y Juan fueron los que acudieron a la llamada del teletransportado Antonio con ánimo de vivir una aventura y poder ayudar a su amigo en apuros. A pesar de las risas, la lluvia poco a poco iba llegando a la localización de nuestros amigos.

    Fue entonces cuando nuestro apurado grupo de jóvenes casi graduados y bien trajeados buscando un refugio de la lluvia para proteger a sus poderosos trajes, se metieron en el porche de una peculiar casa a la que llamaron el timbre sin obtener respuesta. El silencio sepulcral que provenía de dentro de la casa de fachada perfectamente blanca sólo lo interrumpía el sonido de la lluvia impactando contra las superficies terrestres.

    A nuestro amigo José Luis se le ocurrió entrar por el balcón y su grupo de amigos habrían pensando que estaba loco sino fuera posible hacer realidad su locura de plan. Y es que finalmente consiguieron entrar. A pesar de todo, no se veían a salvos y tenían que marcharse de allí rápidamente. Aquella casa supuestamente abandonada daba un mal rollo que tiraba para atrás a cualquiera a pesar de estar vacía y no tener muebles ni nada y tener un buen aspecto. Un aura antigua, malas sensaciones, un algo inexplicable que había ahí, un sitio prohibido o protegido por algo, un lugar en el que no podían estar y se dieron cuenta al momento.

    La lluvia había dado una tregua a nuestros amigos aventureros que seguían adentrándose en la ciudad del cielo negro. En ese momento, un mal augurio recorrió la espina dorsal de Antonio, haciéndole temblar. Acto seguido se acordó qué había hecho con su extraviada chaqueta. Se quedó en la casa de fachada blanca, y tenía que ir a por ella. Un mal presentimiento le vino a la cabeza al pensar volver a pisar aquella casa, escuchaba en su cabeza ruidos de cadenas y le daba escalofríos.

    Partió solo y a pesar de la angustia y el malestar que le producía volver allí. La valentía y la determinación que le caracterizaba a Antonio hizo que siguiera adelante sin mirar atrás. Al llegar encontró su chaqueta en el sitio dónde la había dejado por algún extraño motivo. Respiró aliviado por un momento antes de escuchar lo que más temía. La lluvia empezaba a caer de nuevo, los truenos se hacían eco de su llegada y los rayos preparaban un festival de unas luces muy especiales. No era ésto a lo que Antonio temía, sino al ruido de cadenas, rejas y hierros arrastrándose por la calle. Al asomarse a la calle, vio a 4 seres humanoides que portaban estos metales en sus brazos haciéndolos arrastrar por el suelo mientras andaban con paso lento hasta pararse. Sin rostro visible, podían verse sus ojos rojos que se posaban fijamente al indefenso Antonio.

    La maldición de aquella casa y de aquella ciudad había llegado. Alienígenas demoníacos, seres infernales, muertos procedentes del más allá... Antonio no sabía qué eran aquellas criaturas, altos y de brazos largos y fuertes. Lo que sí sabía es que no eran ni personas, ni amigables. El miedo caló hasta su alma. Un miedo que jamás se habría podido imaginar sentir. Sabía que aunque parecían lentos y seguían ahí parados, no había oscuridad suficiente para correr y escaparse.