Un día de aquellos días que se escuchaba el claxon de mi abuelo, mientras la maestra nos explicaba el siguiente juego, mi cabeza se fue a otro lado, al sonido del claxon, desconectó de aquella clase y se fue a otro lugar. Cuando vuelve mi cabeza, la maestra estaba explicando que los niños que no atendían nunca iban a saber pensar. No lo dijo como regañando porque algún niño, no sé cuál, estaba un poco distraído, lo dijo normal, como explicando un juego, con su voz dulce y tranquila. El escalofrío me recorrió la columna vertebral al escuchar aquellas palabras. Yo no estaba atendiendo, me había perdido la explicación, por lo tanto nunca iba a poder pensar, nunca iba a saber pensar y nunca pensaría. Cuando lea esto, después de estudiar un poco de filosofía en el instituto, dentro de 10 años, me reiré pensando lo que hubiera pasado con mi existencia al no pensar, teniendo en mente, en el pensamiento, la frase célebre del filósofo aquel, que todos conocen y que dice eso de Pienso, luego existo. Pero esa es otra historia, a la que ya llegaré.La voz silenciosa de mi cabeza, esa que no suena pero se oye, me dijo que estaba condenado a no saber pensar, porque en ese momento estaba distraído, porque me había perdido el secreto y la clave para poder pensar, como todos los demás. Esta idea me atormentaba por dentro. Yo quería pensar. Y ya antes de eso tenía muchas ganas de saber pensar, porque la gente hablaba de pensar, de pensamientos y me daban envidia.
Llegaba la noche y era mi momento favorito para poder conversar con la voz silenciosa de mi cabeza. Esa que cuando dice algo, la última vocal se alarga hasta el infinito. El silencio no existe para esta voz, ya que cuando termina de decir algo, la vocal sigue(eeeee...). Me llamaba la atención esto, incluso me hacía gracia. Cuando parará la vocal... me preguntaba. No quería una voz silenciosa en mi cabeza, yo quería pensar, como los demás, comos los mayores. Yo quería que alguien me enseñara a pensar, para poder decidir, para poder soñar... Nadie nunca me dijo, nadie me enseñó que aquella voz silenciosa, aquella que no suena pero se oye, que solo yo escuchaba, que en ocasiones era yo, era mi propia voz, con la que podía hablar en silencio, incluso imitar a los personajes de los dibujos animados, recordar sonidos, imágenes... nadie me dijo que aquello era pensar, yo quería algo más...
No os podéis imaginar lo mal que lo pasé pensando, sin saber que estaba pensando, que nunca jamás aprendería a pensar. En el futuro, cuando tenga 18 años, escribiré esta experiencia intentando pensar como lo hago ahora, como un niño.






