Alfonso Del Olmo. Con la tecnología de Blogger.

jueves, 6 de junio de 2024

El ataque de los Simios Asesinos.


La gran y vieja casa familiar. Aquellas grandes puertas de madera, los tenebrosos largos pasillos, las ventanas ruidosas... Las mil y una habitaciones, y las escaleras eternas. Una casi mansión que, aunque no era mi casa, sus habitantes habían conseguido hacer que me sintiera como en ella. Me acogieron, me cuidaron, hasta que finalmente me convertí, poco a poco, en uno de ellos. Son ahora mi familia...


Juego con los más pequeños y ayudo en las tareas de los más mayores. Siempre he estado agradecido mientras me fui haciendo a la idea de que aquello era mi hogar. No me faltaba de nada; educación, entretenimiento, socialización, campos libres y verdes llenos de vida, a veces silencio, comida en abundancia, calor en invierno y fresquito en verano. Era feliz, y de esta manera, ¿qué más se podía pedir?


Un día como otro cualquiera, se sentía el suelo vibrar, los árboles estaban inquietos y el viento, preocupado, nos avisaba de lo peor. A lo lejos se avistaron, saltando entre los árboles, ágiles y con una velocidad de vértigo, aquellas criaturas. Los simios asesinos se presentaron allí. Armados hasta los dientes y sin saludar empezaron a disparar con todo lo que traían con el aparente objetivo de acabar con el hermoso hogar que durante años de esfuerzo y trabajo habíamos construido entre todos. 


En ese momento teníamos claro que debíamos defender nuestro hogar y nuestras vidas, juntos, como siempre habíamos hecho. No era la primera vez que nos atacaban aunque puede que sí con esa intensidad. La cosa pintaba bastante mal. Avanzaban rápido y cada segundo entraban más. Llegó un punto en el que ya... poco teníamos que hacer... Y aunque no eran muy inteligentes, su multitud y resistencia nos ahogaban en el pesimismo y la desesperación hasta que finalmente, habíamos caído casi todos. 


Con la apagaba llama de la esperanza reuní a los que quedaban para salir corriendo de allí, saltar por el balcón y correr hacía las montañas. Así mismo hicimos un instante más tarde, Ivanosky, Vidalovich y yo mientras nos persiguen aquellas criaturas.


Cuando salimos de allí, saltamos y empezamos a correr como si no hubiese un mañana, porque ya, no lo había. La mínima esperanza, perdida en los momentos anteriores, se fue recuperando lentamente a medida que nos alejamos del epicentro del trágico ataque. A pesar de todo, siguen persiguiéndonos mientras cruzábamos las calles de una ciudad ya muerta. Vidalovich y yo protegemos a Ivanosky, que apenas podía defenderse tras agotar las pocas energías que aún le quedaban.


Finalmente, salimos de aquella ciudad vacía y nos adentramos en un valle negro arrasado por el fuego. A lo lejos divisamos un rincón dónde podemos descansar. En medio del recorrido hacia nuestro punto de descanso, el silencio del valle se rompe por un tren que recorría aquellas viejas vías que habíamos cruzado minutos antes y se encontraban devastadas y chirriosas. En ese momento, aquel tren se para, algo que a nosotros nos da muy mala impresión, por lo que decidimos correr, con prisa, hacia el rincón, dónde podíamos escondernos. Todos vimos como del tren comenzaban a salir un batallón completo de aquellos simios asesinos e igualmente armados hasta los dientes. 




 

Otra pesadilla que nos perseguía sin dejar tregua al descanso. Tratamos de escondernos lo más rápidamente posible, cuando escuchamos 10 segundos de ruidosos disparos. En el momento de asomarnos, poco después de acabar el ruidoso tiroteo, todo el batallón de los simios asesinos se hallaba en el suelo tras haber caído muertos. 


Extrañados, comenzamos a escuchar los pasos y el ruido típico de un ejército desfilando. Eran extrañas criaturas, procedentes de otros planetas, las que empezaron a desfilar con un orden perfecto, con una sincronía y una precisión entre ellos que daba vértigo. Se dirigían hacía nuestro rincón de descanso, hacia nuestro escondite, lentamente y tras acabar con la mayor amenaza de la región. 


El corazón se me subía a la garganta al verlos llegar y no poder hacer nada. "Un placer conocerlos" pensé por mis compañeros. "Un placer haber compartido tantas historias, y gracias por acogerme cuando lo necesitaba". La esperanza, en ese momento, era poder despedirnos entre nosotros. 


Creíamos que teníamos una remota posibilidad y lo íbamos a intentar. El plan era, cuando estuvieran lo suficientemente cerca, salir y correr, que era lo mejor que sabíamos hacer. Sólo podíamos salir hacía adelante, hacía dónde ellos se encontraban. Un plan tan fácil y sencillo de ejecutar y tan fácil y sencillo que saliera mal. Sin embargo no había opción. Era nuestra única, y remota, posibilidad. Estábamos rodeados y cada vez estaban más cerca. Avanzaban lenta pero firmemente, como si fueran robots con la orden de acabar con nosotros primero, y quién sabe, si más adelante, también con nuestra raza, o nuestro planeta.


Aquellos bichos verdes y asquerosos ya estaban encima. Observándolos me da la sensación de que unos cuantos nos ven, nos miran mientras siguen su paso. Estábamos detrás de un montículo, en la parte superior. Ellos se dirigían por la zona plana, por abajo, harían un pequeño rodeo para pillarnos por la espalda para nosotros sólo tener la opción de correr colina arriba. Un buen plan, extraterrestres, pero aquí también somos seres inteligentes, o al menos, nuestra inteligencia nos hace pensar así. Saldríamos a correr cuando empiecen a girar para entrar en esa zona y lo haremos de arriba, hacía abajo.


Entonces lo hacemos. El factor sorpresa. Evidentemente nos ven cuando acto seguido se dan la vuelta y nos persiguen. Lo hacen con una tranquilidad absoluta, con el mismo paso firme, con la misma sincronía, con la misma lentitud, con la misma precisión. Sin prisas, como un corredor andando, sabiendo que haga lo que haga va a salir victorioso. La otra cara de la moneda éramos nosotros, que sí éramos corredores. Corredores veloces y por nuestra vida. La situación hace que pierda de vista a Vidalovich. En otro lugar, veo como Ivanosky se cae y es incapaz de volver a levantarse. Sorprendentemente, el ejército verde no le echa cuentas y pasan de él, para centrarse en el único al que ven moverse, yo... Intentaba correr lo más lejos posible, para poder alejarlos un poco de allí, y poder, un poco después, volver a por Ivanosky.


De repente y de la nada aparece, mi compañero desaparecido Vidalovich, un poco transparente, metido en una especie de burbuja blanca. Le cojo la mano, me subo a su nuevo y extraño cacharro. Vamos a por Ivanosky. Al llegar a su posición nos percatamos de que él no puede subirse a la burbuja puesto que no es capaz de soportar el peso de nosotros tres. Otro problema más que se suma en esta travesía de la desolación y la desesperanza . El ejército verde se acercaba. Me bajo para que se pueda subir Ivanosky y sacarlo de allí. Yo me quedaría, intentando que aquellos no me cogieran. Avanzaban, cada vez con más prisa, cada vez con más agresividad, con la sensación de que a cada segundo que pasaba, más ganas tenían de pararse para calcinarme, a mi y a mis compañeros, con sus armas de otros mundos.  




Alfonso
Escrito el 31 de mayo 2019

sábado, 4 de mayo de 2024

La sequía

    Desde varias semanas atrás pasa cuando me acuesto, me escondo entre el entrededón, cierro los ojos y me pierdo entre la oscuridad de mi mente y comienzo en ella a encadenar letras, palabras, párrafos y textos con sentido. Textos arrastrados por el caos de la rutina y olvidados en la memoria ante la lejanía de la pluma, del papel y de la luz en la noche. Textos irrecuperables y perdidos...


    Y es que la sequía de literatura en estos, mis terrenos de la infita red globalmente interconectada de internet, no parece tener fin aunque llueva, poco a poco, de vez en cuando y raramente. Me pregunto... ¿qué será lo próximo que escribiré? ¿Será un relato, una historia, un cuento basado en la visión borrosa de algún sueño, mal escrito y sin sentido cronológico? Podrá ser... algún tipo de escenario imaginario. O quizá, pueda ser, una reedición de un texto antiguo hablando de años atrás. 


    Cada vez me cuesta más encontrar las palabras en la vigilía. ¿Qué ocurrieron con ellas? ¿A dónde se las llevaron? El problema puede que no sea ese. Tampoco encuentro la penumbra, el silencio, el sueño tal vez. O quizá, se me ha olvidado dónde buscar. He perdido su rastro, sus rutinas, su olor. No las siento y se me escapan. Ellas van uno, dos, tres o cuatro pasos por delante mía. 


    Parece mentira. Nunca las dejé de buscar. Puede que lo haga en el futuro, o no lo sé... Aunque eso sí, nunca fui fan de abusar de los puntos suspensivos... Puede que, tal vez, quizá, en algún momento, antaño, tiempos atrás... si lo fuera... Pero esto, de momento, se derrama... ahogándome. 


    Luego está el tema de las Musas. Esas divinas criaturas llenas de conexiones entre las palabras. Permítenme que dude de su existencia. Conocí una vez, años atrás, a un poeta muerto, que defendía que a las Musas hay que buscarlas. No te van a venir a buscar a tí, mísero y vulgar mortal, para ofrecerte los secretos del éxito, del poder y de las conexiones, porque sí y de la nada. Seguramente, puede que tenga razón, Señor de los Tiempos.