Alfonso Del Olmo. Con la tecnología de Blogger.

domingo, 8 de marzo de 2020

Conexión con la Naturaleza.

Te levantas por las mañanas lleno de sudor y lágrimas, en un mundo de nubes y tempestad, de oscuridad, ruido y niebla, de árboles muertos susurrando el silencio, acompañando el leve silbido del viento en la noche.

Qué había de esperar de alguien tan inusual, vive encerrado en su casita de madera, alejado del mar y de la ciudad, de cualquier pueblo o civilización. Vive en un mundo apartado de lo normal, en un mundo lleno de belleza natural ya la vez de oscura soledad.

No es capaz de explicar con palabras sentirse fascinado ante tal astro luminoso en la noche, la Reina Luna de la noche iluminando y llenando el bosque de magia. 

El agua fluye como es habitual en su caudal del pequeño río. Ecosistema de hermosos insectos y bonitos peces comestibles. El líquido elemento esencial para la vida, se le escapa de las manos al cogerlo, y no sabía explicar por qué. Transparente pero visible, cristalino y reflejando una realidad paralela. 

Aquello de mirar con admiración a las estrellas de un cielo limpio y brillante, que en ausencia de la mencionada Reina de la noche, sorprendían la cantidad de objetos celestes del universo visto desde un pequeño lugar de un remoto planeta por aquel remoto sistema solar.

Las sirenas de agua dulce que habitaban en el río eran sus mayores amistades. Hermosas criaturas del demonio, traicioneras y terribles, pero bellas en su mirar y cantar.

El frío de la noche hacía temblar hasta el último árbol de pie. Grandes y viejos árboles, sabios como ningún otro ser. Inmóviles pero fuertes, proporcionaban el alimento de su fruto, y la sombra de sus ramas en días calurosos. Sin embargo en la oscuridad de la noche, los árboles callaban y tiritaban, aunque tranquilos de saber que pronto saldría para ellos su amigo el Rey del cielo, mientras veían cómo el hombre aprovechaba sus viejas ramas caídas y secas del suelo, para hacer fuego y calentarse.


Pensaba que el de los insectos era otro mundo. Seres de 6 patas tan extraños, tan diferentes, tan feos y tan bonitos a la vez. Tanta tecnología en tan poca cosa, seres de vida con una estricta función en un mundo perfecto. Cositas voladoras y a veces asquerosas, terribles algunos en su picar, y otros maravillosos, como los creadores del delicioso oro líquido y pegajoso.

Los seres de 8 patas son casi peores. No tienen alas, pero tienen 8 ojos. No vuelan pero saltan, corren y se esconden. Son silenciosas y están por todas partes. En los árboles, en el suelo. Debajo de la tierra, debajo de las piedras. Las hay de todos los tamaños, de todos los colores, y con más o menos pelo. El miedo ancestral de cuándo éramos monos y nos picaban en los alto de los árboles que llevamos en el ADN. Nuestra naturaleza es tenerles miedo y pensar que son seres malignos que nos quieren hacer daño, porque no los han hecho tantas veces... Sin embargo, su naturaleza no es la hacer daño, pues puede que sea la de defenderse.

Aquel hombre nunca se metía con las arañas. No se acercaba a ellas pero no les atacaba, las dejaba ser y hacer. Aunque es algo que no es de extrañar, ya que es lo que hace con toda la naturaleza. Se respeta y se quiere, se aprovechan sus recursos pero no se destroza, porque sino, ¿qué vas a comer mañana?

El hombre se despertó un día entre sudor y lágrimas, en un mundo de nubes y tempestad. En un bosque de cemento y hormigón, lleno de ruido de las máquinas, lleno de aire tóxico. Lleno de gente zombi mirando... ¿al suelo? al andar. El hombre quería despertad de aquella pesadilla, antes de darse cuenta de que justo había despertado de un bonito sueño, de una bonita conexión con la naturaleza, y que tenía que volver a su verdadera realidad. 

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